Seis y treinta en los ecos del viento por una ciudad fantasmal. Las manos en los bolsillos, el pensamiento al rumbo de los ojos sin pestañeos, a los movimientos pausados sin tocar el piso. La conversa del viejo rock and roll, los tiempos del acid jazz con el batero, la madame clandestina, los caminos blancos que no dejan dormir a las palabras, las flores en las imágenes de una rosa negra, los aljibes de whisky, la música soul, El Cadillac Solitario y la fiesta de la Orquesta Mondragón. La fantasía en una mudanza de casas sin muebles, la vereda del niño comiendo su manzana, apreciando en la pared del hospital la proyección de Lolita colándose por la ventanilla del teatro. Hasta allí llega Doña Soledad susurrando al oído las palabras en la influencia de esta ronda, pero el bar ya está cerrado, las persianas de las ventanas caídas y no hay guitarras que acompañen una serenata a la luz de la luna. El viento marca el camino, la integridad de ser lo que se es: la cama distendida será su lecho cuando la noche muera.
24 Dic
del libro “La Poesía que tenía olvidada ahora enramada en las prosas de algún cuento”
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